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Híbrida
Abstracciones biomórficas de Belén MillánCon más de ciento cincuenta años de historia, el Jardín Botánico Histórico de la Concepción es uno de los pocos de Europa con plantas de clima subtropical. Su colección reúne más de cincuenta mil especies, entre las que destacan las más de cien diferentes palmeras, bambúes, plantas acuáticas y su maravilloso jardín his - tórico, con ejemplares monumentales, que en 1943 fue declarado bien de interés cultural. Es por ello un entorno inigualable para presentar el trabajo de Belén Millán, siempre centrado en la naturaleza vegetal. Desde sus primeras obras Millán se ha interesado en el cambio y el movimiento inherente a los ciclos vitales de la naturaleza, donde el deterioro y la muerte son pasajes obligados, tanto como el nacimiento y el desarrollo. Esos procesos de transformación le atraen más que los resultados, porque generan una reflexión sobre las tensiones y los precarios equilibrios que permiten que la vida continúe. Esta vez ha sido inevitable sumar a las dualidades que en el pasado han guiado sus quehaceres conceptuales y plásticos, una nueva y más problemática: la dicotomía de lo natural y lo artificial.
La contraposición de estos términos no es nueva en el arte. Los desarrollos teóricos que problematizan la relación de naturaleza y artificio se remontan en el campo de la creación hasta sus propios orígenes, y la noción de imitación ha sido central en ellos. Pero en esta muestra, ella indaga en una versión más literal e inquietante de esa dicotomía, que deriva de la amenaza de destrucción que hoy pende sobre los seres vivos producto de la desenfrenada actividad humana. ¿Qué es natural y qué es artificial en un mundo de organismos penetrados por microplásticos y de basura que no se degrada? ¿Hemos roto irremediablemente el ciclo vital de nacimiento y muerte? ¿Qué naturaleza es esta,infiltrada con polímeros sintéticos que no desaparecen? ¿Qué clase de seres son estos nuevos híbridos? Hoy los límites y las definiciones de siempre se vuelven borrosos ante nuestros ojos. Sin embargo, hablamos de una ambigüedad ligada a la cultura que se remonta a los orígenes de la humanidad. Hace siglos que la naturaleza no se nos presenta sin artificios producidos por la intervención humana. Y en un mundo globalizado, no hay una naturaleza virgen, sino simulacros de ella.
Un jardín botánico, por ejemplo, es un espacio creado con criterios de colección, de conservación, científicos y educativos. Un espacio para la complacencia o el aprendizaje, donde se combinan seres vegetales muy distintos, traídos de hábitats diversos, y aclimatados en un paisaje diseñado y construido por humanos. Es pues una naturaleza domesticada, y hasta cierto punto, artificial. No puede negarse sin embargo que el plástico señala un nuevo nivel en ese camino, una artificialidad de distinto orden que se introduce en el centro de la naturaleza no para domesticarla sino para mutarla de un modo que aterra. Es un derivado del petróleo cuya dificultad para degradarse ha llevado a que sus restos se incorporen como partículas microscópicas en los océanos, lagos y corrientes fluviales, en la superficie terrestre, en el aire y en todos los seres vivos, enfermando la realidad. Estudios recientes estiman que cada persona ingiere a la semana, en promedio, unos cinco gramos de plástico que están en el agua, el aire y los alimentos. Esa cantidad equivale a una tarjeta de crédito. La principal fuente de contaminación es el agua potable: se han encontrado polímeros sintéticos diversos en todas las aguas del mundo, subterráneas, superficiales, de grifo y embotellada. Pero también los suelos están alterados por la contaminación de microplásticos. Y aunque en menor medida, se sabe que incluso el aire que respiramos los contiene, en especial dentro de nuestras casas, y desde luego los alimentos que ingerimos todos los animales. El plástico, sin embargo, es un material cuyas durabilidad y posibilidades de modelación, cromáticas, de opacidad y de transparencia, lo han vuelto imprescindible en la creación de infinidad de objetos fascinantes y de funcionalidades que determinan la vida moderna.
Por esas mismas características, su potencial para la creación artística es enorme. Todo ello la ha llevado a reflexionar en su obra sobre la intrusión del plástico en la naturaleza y sobre el terror que producen los microplásticos y nanoplásticos. Terror por su invisibilidad, por su penetración en todo el entorno natural y por su impacto irreparable en el ciclo vital de la naturaleza. Pero una propuesta de estas dimensiones había que realizarla en un lugar adecuado. Las abstracciones biomórficas cobran sentido en un espacio interior a modo de micromundo donde se visibiliza claramente esa fusión entre lo natural y lo sintético; pero también desarrollarlas en el exterior, en el jardín, como disrupciones ecológicas en interacción con elementos como el aire, el agua y el entorno orgánico de donde provienen. Ha supuesto todo un desafío conceptual trabajar con un sintético químico. El proceso de creación contó con varias fases: la combinación y fusión con la materia orgánica, la labor de coser o tejer con ella, el moldeamento con el calor del fuego. De modo que llegara a simular cualidades biomórficas que abrían posibilidades de reflexión cuya belleza rayaba en lo siniestro. Para la artista era esencial que el proyecto fuese sostenible, por eso la primera parte de la investigación fue la búsqueda de los materiales que se lo permitieran.
Todos los plásticos utilizados en esta exposición son reciclados y reciclables en su totalidad, y su mayoría proviene de bolsas de basura Relevo Contigo, creadas en gran parte a partir de plásticos usados en los invernaderos de Almería. Una vez incorporados a las instalaciones, esos sintéticos químicos fusionados con materia orgánica muerta del Jardín Botánico adquieren una segunda vida en su conjunto. Sus formas, como crecimientos artificiales, consiguen ser sorprendentemente orgánicas y se convierten en seres enigmáticos de naturaleza dual que nos atraen y repelen, a la vez que nos interrogan sobre los efectos de nuestra intervención en el entorno. En la sala de exposiciones reciben al espectador una serie de abstracciones biomórficas compuestas de material sintético y fracciones de naturaleza. En ellas se funden detritos de flora con bolsas de plástico alambradas, tejidas o moldeadas. Separadas del entorno —un jardín cuya vegetación ha sido diseñada de acuerdo a un ideal— las obras se proyectan hacia el exterior como hibridacionesde belleza perversa que se expanden y colonizan un entorno organizado donde la naturaleza se encuentra en perfecto equilibrio.
En la sala interior se esparce ante el espectador una realidad frágil y desorientada donde nada es lo que debe ser ni está en el lugar que le corresponde. Agua y cielo se funden en un extraño ramaje azul en un espacio sin luz natural. Los pinos sin raíces se transmutan en algas y hojas de Victoria cruziana, la reina de los nenúfares, flotan o yacen inertes en un espacio inquietante, que desordena y cuestiona nuestras certezas sobre lo biológico y lo sintético. Un manto de plástico se incrusta en la materia orgánica para producir híbridos inquietantes que nos reclaman una conciencia. Las paredes en penumbra del interior incitan a pensar en un profundo conflicto contemporáneo cuya resolución no es fácil. De nuevo en esta exhibición son destrucción y creación, luces y oscuridades, vida y muerte, las tensiones que la interrogan como artista. Pero en el mundo actual toman estas tensiones un tono apocalíptico para unos, mientras que para otros son una posibilidad de cambio. Su intención ha sido poner ante nuestros ojos una materialidad que no vemos pero que se despliega y nos amenaza como una bomba de relojería: una naturaleza híbrida que al no degradarse provoca la trasmutación del ciclo de la vida y la muerte de una manera inédita.
Para los terribles acontecimientos destructivos que marcaron el siglo pasado, Paul Valéry acuñó una frase que hoy cobra un nuevo sentido:
El problema de nuestros tiempos es que el futuro ya no es lo que solía ser.
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